Egresada de políticas (siempre me he considerado de izquierda ¿?), estudiante de letras, amante de la poesía, buscadora de sonidos que alimenten mi alma: cumplo el perfil, pero NO ME GUSTA LA TROVA, hoy lo comprobé una vez más. Después de dos canciones interpretadas por Fernando Delgadillo a las afueras de la Torre de Humanidades en Ciudad Universitaria (concierto que clausuró el Primer Congreso de Alumnos de Posgrado), renuncié al intento de acercarme a este género musical -considerado por algunos un estilo de vida- y emprendí mi camino hacia la Biblioteca Central, convencida de que estaba perdiendo el tiempo ahí parada frente a unas quejosas cuerdas de nylon y una voz que, a pesar de todo, me parecía agradable.
Durante la pequeña caminata medité muy seriamente sobre mi exigua sensibilidad musical, ¿cómo era posible que esas palabras inundadas de aliento no me dijeran nada, sino al contrario, me aburrieran? Recordé la emoción de un par de días anteriores, cuando en la Sala Nezahualcóyotl estuve a punto de llorar al deleitarme con la OFUNAM, controlé la catarsis, pero el éxtasis me duró algunas horas; me parecía increíble que nuestra raza humana hubiera sido capaz de confeccionar impecables instrumentos sonoros, pero más sorprendente me parecía la idea de hacerlos charlar en un mismo lugar, con tiempos precisos, y sin resultar aquello una verbena, sino un diálogo armónico, bello y perfecto. No podía ser humano -pensé-, es el resultado de la gracia que el creador ha confiado a esas almas francas, los músicos son los enlaces sagrados que nos agolpan los sentidos de vida:
"Empalagar el oído con el viento transversal de la flauta, encantar las entrañas con el vaivén del violín, devorar de un vistazo la forma exótica del arpa, hipnotizar la conciencia con el compás brioso del timbal… pequeñas cucharadas de goce divino para nutrir a la marchita humanidad."
... Eso pensé en aquel momento, la música es indispensable en nuestra formación humana. Lo que no se me ocurrió es que cada quien necesita diferentes “cucharadas de goce divino”. Mis ojos, mis oídos, mi ser, no permitieron que les administrara la dosis
troviana que esta tarde abastecía a un numeroso grupo de universitarios lozanos. Ni modo, a mí me tocó el miércoles, concluí.
Entré a la biblioteca, se me ofrecía desnuda, quiero decir, desierta: viernes, seis de la tarde y concierto en las islas… motivos suficientes para dejar respirar al cimiento del saber. Leí las últimas diez páginas de
Instrucciones para salvar el mundo de Rosa Montero (mi novelista del mes), entregué el libro en el mostrador principal y solicité el préstamo de
Bella y oscura, de la misma autora. Justo antes de salir del edificio, una trompeta resonó, un par de flautas y un trombón respondieron y mi corazón se alborotó.
Al pie de la fuente de Tláloc se encontraba alargada y bien dispuesta, la
Filarmónica Municipal de Tamazulapam del Espíritu Santo de Mixe Oaxaca, concierto gestionado por el colectivo del Auditorio Che Guevara. Tan solo treinta minutos antes yo había pasado por ahí para entrar a la biblioteca y no había rastro ni indicio de evento alguno. Sin duda hoy me tocaba otra dosis de goce divino…
Continuará...
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Filarmónica Municipal de Tamazulapam del Espíritu Santo |